Surcando la laguna Estigia tres remeros sordos me llevan hacia mi nuevo hogar. No oyen mi risa ni sienten mi prisa. Sólo reman, que es lo único que han hecho siempre. Son alumnos aletargados de Caronte que aprendieron bien el oficio de la indiferencia. Mi cuerpo no pesa y a pesar de la luz que desprende y su color azulado, no sienten mi impaciencia por llegar.
Ya tenía ganas de abandonar el sinsentido de arriba, donde los árboles crecen con gotas de sangre colgando de las ramas.