lunes, 3 de diciembre de 2012

Celebración


Después del gran banquete de vino y besos, salió de aquella casa con una sensación de vértigo propia de los excesos reconocidos como deliciosos, de esos que te dejan un gusto a mar en lo más profundo del paladar. Una suave presión apretaba su garganta y la risa se le escapaba por los ojos. Caminaba con el peso inexistente y las caderas bien tiernas.
Llegó al muro situado en frente de su casa y se paró mareada. La agradable sensación de placer se había transformado en un revoltijo de formas extrañas dentro de su estómago. Apoyó su brazo en la tapia, arqueando su cuerpo hacia delante con la frente perlada tocando la piedra lisa y caliente. Sentía ganas de vomitar y no dejaba de sentir la extrañeza geométrica en sus entrañas. Un estertor la sacudió. Impulsivamente se recogió la camisa para no mancharla si ese exceso finalmente salía. Sólo miraba fijamente al suelo percibiendo como se llenaba su garganta. Finalmente vomitó un montón de corazones que se amontonaban en el suelo latiendo a destiempo y con el suyo propio a punto de salírsele del pecho. Cuando hubo escupido hasta la última gota y repuesto sus fuerzas, sacó del bolso un palo largo y puntiagudo a modo de brocheta, ensartó el más rojo y se lo llevó a su casa para concederse otro banquete y celebrar la mutua pertenencia de ambos músculos. El resto se los dejó a los perros, que también se enamoran.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Tecnología

Se abrió el pecho y con cuidado conectó su corazón a un amplificador.

Tormenta

Bajo los tejados la lluvia cae aberrante, como precipitada desde una cascada.
El suelo seco bajo mis pies me recuerda que bajo las cubiertas, por muy anchas que sean, los besos calan hasta los huesos

jueves, 11 de octubre de 2012

Radiografía de tres sentidos

Tenías la capacidad de descubrir los impulsos a través del olfato. Tu pitiutaria detectó mis intenciones y las ordenó de manera creciente. Después tu olfato le cedió el turno al paladar y tras degustarme me ataste a la libertad de tus manos. No me sueltes. Me quedo.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Hermanos

La pequeña Laura se negó a montar en la barca donde estaban sus padres y su hermano mayor y se quedó en la orilla mirando los peces y el fango. Metió los pies y lentamente hundió su caña de pescar, sin importarle lo más mínimo que sus ropas se mojasen y se arrugasen. Llevaba un vestido con flores y uno de esos lazos espantosos a la espalda, pero podría haber llevado un pantalón, un kimono o un traje de astronauta para niños. Le daba completamente igual. 
Logró sacar un pez de pequeño tamaño y con cierta firmeza lo tomó entre las dos manitas con cuidado para que no se escurriera, pero el animal que no era tonto sabía que la única manera de sobrevivir era resbalándose y caer de nuevo al agua. Por eso Laura lo apretó con más fuerza y acercó su cara a la de la pobre criatura que había comenzado a abrir y cerrar la boca desesperadamente. La niña contemplaba impasible la escena de agonía. No movía ni un músculo en su expresión, sólo observaba la lenta muerte del pez. Como cada vez era más difícil retenerlo, lo apretó con tanta fuerza que sus ojos se abombaron, como si fueran a salirse de las órbitas. La cabeza del pescado se había convertido en una terrible mueca desfigurada pero Laura seguía mirándola sin pestañear y cada vez más cerca. Los segundos pasaban y el oxígeno mataba sin remedio.
Justo en el momento en el que el pez comenzaba a moverse muy despacio y su boca dejaba de abrirse, con un gesto brusco y sin quitar la vista de aquellos ojos medio apagados y casi salidos, lo arrojó de nuevo al lago y el animal se perdió como alma que lleva el diablo. Lo siguió con la mirada hasta que se perdió entre las piedras y el barro y al cabo de un rato levantó la vista hacia el bote donde se reía su familia, mirando a su hermano e imaginando cómo seria meter su gran cabeza dentro del agua y no sacarla más. Lo odiaba profundamente. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

La existencia inexistente


Roland Barthes, filósofo y ensayista francés  (1915 - 1980) dijo que la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente. 
Hasta este momento no había encontrado una frase que explicara así de bien algo tan enorme que pulula por mi mente desde hace muchos años. 
Momentos emocionales captados y congelados para siempre; esa sensación que alguna vez fue real, no puede volver a repetirse porque ese momento no resucitará. Simplemente dejas de existir ahí. Es inalcanzable y por lo tanto irrepetible y de alguna manera irrepresentable.
Las fotos, como el cine o los recuerdos, nos representa de manera real en el pasado y ficticia en el presente.


domingo, 13 de mayo de 2012

Perspectiva

De lo aberrante y lo amoral nacerá la belleza

viernes, 11 de mayo de 2012

Caligrafía blasfema

¿Y si te entierro bajo tinta azul?
¿Y si cubro tu cuerpo de acertijos y lo dejo en mitad de la calle para que la gente te descifre?
Serías un jeroglífico delicioso, misteriosa y mortal como la Esfinge de Tebas.
Puede que al hacerte verbo, censures con tus mayúsculas el deseo escondido entre la multitud
y dejes que yo te conjugue cuando quieras volver a ser leída.




miércoles, 9 de mayo de 2012

Los crímenes de las masas duras

Érase una vez un hombre con montañas tatuadas en los pies. Un enorme pico en cada empeine, con la punta nevada y fría como su nariz. Él era duro y eterno pero frágil al igual que las grietas minúsculas que pululaban por la cara norte de su vida. Siempre pisaba fuerte, pero su sombra en días de invierno se alargaba más de la cuenta y no se quitaba la escarcha de encima; sólo cuando el sol entraba por la ventana de su habitación en las horas más tempranas, sentía el calor y lo cabalgaba un rato hasta que se resbalaba de tanto sudar y se caía sobre sus pies, como los gatos.
Echaba tanto de menos tropezarse al andar que solía taparse los ojos por las calles para perder el equilibrio con algún trasto de la acera, pero tampoco así lo lograba. Siempre tan vertical...
Desearía haber sido más orgánico y perder firmeza con el tiempo. Así sería mucho más hermoso. Como las imperfecciones. Siempre tan perfectas...

martes, 8 de mayo de 2012

Un momento


El silencio me gotea por la comisura y me limpio con la manga para dejar poemas de destiempo en la tela. Versos mudos desde el fondo de una grieta; inmensos, como yo.

martes, 6 de marzo de 2012

The Low Places


The Low Places from Alba G. Corral on Vimeo.

Primero la niebla y poco a poco las migas de pan que marcan los caminos que se pierden y se vuelven a cruzar. En tus dibujos la noche y el día se mezclan sin que se mueva el tiempo.
La vida tras los algoritmos sedantes, los que protegen con armaduras numéricas. Los que hacen que en las noches negras asalten las ganas de cubrirse con una luz roja que desangra el bloqueo. Y entonces aparecen esos azules tras una cortina de humo... Cuatro colores que tiemblan como la gelatina y se deshacen en la retina.
Los puntos negros son como dedos que caminan sobre la piel curiosa. Acarician con precisión. Gracias por el viaje

domingo, 4 de marzo de 2012

Mimocardio

Mi aurícula izquierda ha visto a tus dedos acariciándola y los ha reconocido al momento. Guardo un molde con la sombra de tus manos, que se adapta a mis recuerdos como un guante.

Manuela

La vieja Manuela siempre salía de casa a la misma hora con su bolsa de tuppers. Hacía albóndigas con verduras y laurel. Se levantaba temprano para arreglar la casa, tirar las migas a los pájaros desde el balcón y bajar a hacer su recorrido. Ella siempre tan sonriente con su cara arrugada, como un higo seco pero dulce. Si, su expresión era dulce.
Decía que era el remedio para las resacas infames de los yonquis de su barrio. Éstos se pasaban el día bebiendo cerveza y fumando cigarros arrugados. Siempre estaban enfadados o borrachos y siempre con el estómago vacío. Como ratas, rebuscaban en las papeleras de las calles donde se sentaban desde el mediodía hasta la noche. Nadie les hacía caso, nadie se paraba a preguntar cómo estaban. Eran fantasmas que vivían sin saber muy bien cómo ni dónde.
Y Manuela era feliz entre esos cuerpos secos y amarillos. Sonreía viéndoles comer, aunque masticasen de forma tan rara. Al menos era el único momento en el que veía un destellos de placer en todos aquellos ojillos apagados.
La vieja había visto demasiadas cosas a lo largo de su vida, demasiada gente gorda, sana, embutida en su tonta felicidad y nunca había sido capaz de encontrar la suya propia. Por fin, a sus 85 años, había dado un sentido a sus días. Alimentar a las palomas humanas de su barrio, flacas y enceradas.

sábado, 14 de enero de 2012

Una cabaña

Hace tiempo comenzó a derrumbarse una cabaña en el bosque. 
Tiempo atrás la habíamos construido con restos de árboles robustos y blancos; la habíamos forrado con caricias, emoción y cientos de kilómetros entre nosotras; y de fondo las canciones, los colores de las ciudades, los acordes de Manel. Sus cimientos estaban bien anclados en el suelo de nuestro pequeño humedal. Pasábamos las noches hablando sin abrir la boca y desayunando bajo el cielo mediterráneo. Tuvimos amor entre las manos.
Quizá deberíamos haber juntado más los palos y las cuerdas de las paredes o haber aprendido a decodificar los zarandeos de la distancia. Sea como fuere, el refugio comenzó a perder estabilidad. 
Cada trozo que caía sonaba con un golpe seco, como las bofetadas que duelen y se quedan impresas en la mejilla.
Y al igual que las mansiones abandonadas, la nuestra se fue derrumbando. Yo me olvidé de regar tu reclamo y tu de desescombrar mi silencio.
Pasaron los meses con casas nuevas y separación de bienes. Otras paredes. Otras ventanas.
De pronto me di cuenta que no había vuelto a escribir sobre ti ni sobre aquella cabaña. 
Y la vida funambulista caminando sobre un cable entre tu tejado y el mio fue poco a poco devolviéndonos al cariño
¿Sabes? te quiero. 



martes, 10 de enero de 2012

Sin título 15

A veces parece que lo entendemos todo y no somos más que unos pequeños imbéciles.

licencia

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.