miércoles, 9 de mayo de 2012

Los crímenes de las masas duras

Érase una vez un hombre con montañas tatuadas en los pies. Un enorme pico en cada empeine, con la punta nevada y fría como su nariz. Él era duro y eterno pero frágil al igual que las grietas minúsculas que pululaban por la cara norte de su vida. Siempre pisaba fuerte, pero su sombra en días de invierno se alargaba más de la cuenta y no se quitaba la escarcha de encima; sólo cuando el sol entraba por la ventana de su habitación en las horas más tempranas, sentía el calor y lo cabalgaba un rato hasta que se resbalaba de tanto sudar y se caía sobre sus pies, como los gatos.
Echaba tanto de menos tropezarse al andar que solía taparse los ojos por las calles para perder el equilibrio con algún trasto de la acera, pero tampoco así lo lograba. Siempre tan vertical...
Desearía haber sido más orgánico y perder firmeza con el tiempo. Así sería mucho más hermoso. Como las imperfecciones. Siempre tan perfectas...

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