sábado, 14 de enero de 2012

Una cabaña

Hace tiempo comenzó a derrumbarse una cabaña en el bosque. 
Tiempo atrás la habíamos construido con restos de árboles robustos y blancos; la habíamos forrado con caricias, emoción y cientos de kilómetros entre nosotras; y de fondo las canciones, los colores de las ciudades, los acordes de Manel. Sus cimientos estaban bien anclados en el suelo de nuestro pequeño humedal. Pasábamos las noches hablando sin abrir la boca y desayunando bajo el cielo mediterráneo. Tuvimos amor entre las manos.
Quizá deberíamos haber juntado más los palos y las cuerdas de las paredes o haber aprendido a decodificar los zarandeos de la distancia. Sea como fuere, el refugio comenzó a perder estabilidad. 
Cada trozo que caía sonaba con un golpe seco, como las bofetadas que duelen y se quedan impresas en la mejilla.
Y al igual que las mansiones abandonadas, la nuestra se fue derrumbando. Yo me olvidé de regar tu reclamo y tu de desescombrar mi silencio.
Pasaron los meses con casas nuevas y separación de bienes. Otras paredes. Otras ventanas.
De pronto me di cuenta que no había vuelto a escribir sobre ti ni sobre aquella cabaña. 
Y la vida funambulista caminando sobre un cable entre tu tejado y el mio fue poco a poco devolviéndonos al cariño
¿Sabes? te quiero. 



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