El diagrama de flujo del algoritmo del cortejo es una de las consecuciones de acción-reacción más sorprendentes y excitantes que se puedan experimentar. Lo único que conviene tener claro es que la flecha ha de ir en línea recta, siempre hacia los colores más cálidos.
lunes, 27 de septiembre de 2010
viernes, 10 de septiembre de 2010
Dos hilos rojos
Dos hilos rojos se encuentran en un punto de una hoja en blanco.
Primero se sorprenden y se miran frente a frente con curiosidad; se acercan lentamente con cautela, sin perderse de vista, observando qué clase de hebras posee cada uno: Las del hilo de la izquierda son finas y fuertemente entrelazadas formando una espiral compacta; las del hilo de la derecha son gruesas y trenzadas en formas geométricas con la misma firmeza que las de su compañero, así que ninguno de los dos se relaja, manteniendo su estructura apretada y en tensión.
Cuando se han reconocido, pasado un tiempo, comienzan a relajar su entramado y enrollándose suavemente se miran de costado, de perfil y de soslayo, pero esta vez con una coreografía abierta y tranquila.
Los dos hilos rojos se gustan porque bailan a la vez danzas ondulantes; se juntan y se separan rozando sus respectivos lomos de fibra y sintiendo el cosquilleo de los flecos sueltos.
Cuando uno aprieta más de la cuenta al otro, éste se contrae volviendo a endurecer su estructura a modo de coraza, pues aún no se conocen lo suficiente como para confiar en sus propias reacciones. Es entonces cuando se desenrollan y se alejan prudencialmente sin saber muy bien qué hacer.
Dándose espacio y siendo conscientes de la complicidad adquirida, los dos hilos vuelven a acercarse, pero esta vez con más decisión, pues entre toda la gama textil que han conocido, ellos son , el uno para el otro, los ejemplares más interesantes y atractivos que han conocido.
De esta manera vuelven a enroscarse como culebras y juntando sus morros en un lazo de doble nudo, convierten sus discontinuidades en una sola línea roja y elegante, para volver más tarde a soltarse sin dejar de combinar sus finos cuerpos en formas rojas y cambiantes.
jueves, 2 de septiembre de 2010
El sabor según Aurora
Cada vez que Aurora entraba en una carnicería, su cuerpo se contraía en una deliciosa ebriedad de excitación; todas esas piezas rosadas y desnudas expuestas descaradamente ante sus ojos, le recordaban sin remedio los diferentes encuentros acontecidos en el último mes.
Las diversas propiedades culinarias de la carne laxa y magra, se relacionaban dentro de su cerebro con los sabores perfectamente archivados de cada una de sus amantes, de tal manera que sin apenas proponérselo comenzaba a inventarse platos nuevos mezclando el dulzor sereno de Raquel con la cremosidad juvenil de Rebeca si miraba hacia el magret de pato y el carpaccio de ternera o el gusto salado de Lucía con el desenfreno achampanado de Ana si lo que observaba eran los magníficos filetes de solomillo.
El deleite que experimentaba en esos momentos era tan delicioso, que procuraba no coger el tiquet del turno hasta un buen rato después de haber entrado, aprovechando la gran cantidad de clientes que esperaban para comprar. Ese era para Aurora un gran momento, porque podía llegar a captar varias sensaciones y sabores a la vez, convirtiendo su espacio íntimo en un fogón de fantasías aderezadas con el pulso de su entrepierna. Pasado ese tiempo, cogía su tiquet y en el momento de acercarse al mostrador y señalar la pieza mediante un suave arrastre de la mano en el cristal, comenzaba a humedecerse los labios premeditadamente, preludiando el nuevo sabor que le daría a su noche de sábado.
El carnicero le daba su pedido sin percatarse de la embriaguez que rodeaba a Aurora, la cual saliendo del establecimiento, desenvolvía la carne y cogiéndola entre las manos, la colocaba muy cerca de la boca de manera que su propio aliento le rebotaba con un olor crudo a proteína en estado puro, sintiendo el poso del encuentro fascinante que de Marta guardaba la noche anterior. Y era entonces cuando cerraba los ojos, entreabriendo la boca y respirando profundamente, dejando escapar un tenue gemido, casi imperceptible, producido por el placer que le suponía el recuerdo de la textura suave y resbaladiza de la piel de sus amantes. Una secuencia de productos de alto gourmet aparecía en su imaginario palatal como si de un negativo de fotos se tratara, cada imagen con un sabor asignado, dependiendo del olor, la música y la mujer que apareciera en su recuerdo.
En eso pensaba Aurora los días en los que la carne estaba en su menú semanal.
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