Cada vez que Aurora entraba en una carnicería, su cuerpo se contraía en una deliciosa ebriedad de excitación; todas esas piezas rosadas y desnudas expuestas descaradamente ante sus ojos, le recordaban sin remedio los diferentes encuentros acontecidos en el último mes.
Las diversas propiedades culinarias de la carne laxa y magra, se relacionaban dentro de su cerebro con los sabores perfectamente archivados de cada una de sus amantes, de tal manera que sin apenas proponérselo comenzaba a inventarse platos nuevos mezclando el dulzor sereno de Raquel con la cremosidad juvenil de Rebeca si miraba hacia el magret de pato y el carpaccio de ternera o el gusto salado de Lucía con el desenfreno achampanado de Ana si lo que observaba eran los magníficos filetes de solomillo.
El deleite que experimentaba en esos momentos era tan delicioso, que procuraba no coger el tiquet del turno hasta un buen rato después de haber entrado, aprovechando la gran cantidad de clientes que esperaban para comprar. Ese era para Aurora un gran momento, porque podía llegar a captar varias sensaciones y sabores a la vez, convirtiendo su espacio íntimo en un fogón de fantasías aderezadas con el pulso de su entrepierna. Pasado ese tiempo, cogía su tiquet y en el momento de acercarse al mostrador y señalar la pieza mediante un suave arrastre de la mano en el cristal, comenzaba a humedecerse los labios premeditadamente, preludiando el nuevo sabor que le daría a su noche de sábado.
El carnicero le daba su pedido sin percatarse de la embriaguez que rodeaba a Aurora, la cual saliendo del establecimiento, desenvolvía la carne y cogiéndola entre las manos, la colocaba muy cerca de la boca de manera que su propio aliento le rebotaba con un olor crudo a proteína en estado puro, sintiendo el poso del encuentro fascinante que de Marta guardaba la noche anterior. Y era entonces cuando cerraba los ojos, entreabriendo la boca y respirando profundamente, dejando escapar un tenue gemido, casi imperceptible, producido por el placer que le suponía el recuerdo de la textura suave y resbaladiza de la piel de sus amantes. Una secuencia de productos de alto gourmet aparecía en su imaginario palatal como si de un negativo de fotos se tratara, cada imagen con un sabor asignado, dependiendo del olor, la música y la mujer que apareciera en su recuerdo.
En eso pensaba Aurora los días en los que la carne estaba en su menú semanal.
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