viernes, 27 de agosto de 2010

La proteína primitiva

En mi imaginario, las carnicerías se convierten en espacios sexuales.
Te muestras para mí igual que lo hacen los muslos de pollo, las hamburguesas envasadas y los cuartos traseros de las terneras en el momento en el que la saliva comienza a aparecer involuntariamente, rindiendo tributo a la proteína primitiva.
Cuando veo al carnicero toqueteando un buen solomillo o enseñando las hermosas piezas de color rojizo que dejan restos de grasa en las manos, me imagino que con las mías te moldeo como a la carne picada con su textura deliciosa y orgánica; Me entras por los ojos igual que los filetes frescos en las bandejitas, jugosos y apetecibles, que juegan a seducirme con sus fibras palpitantes..
Quiero embadurnarme de fluido, apretar los nervios y los cartílagos entre mis dedos y sacarlos impregnados en sangre; la suciedad de la vida misma, tan obscena como real y deseada.
El olor a carne cruda y el ambiente emponzoñado de los mostradores me hacen fantasear con el sabor de tu lomo, servido como el mejor de los Carpaccios.

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