martes, 28 de junio de 2011

La venturosa vida del chico átomo

Desde muy pequeño, Federico quería transformarse en átomo.
Mientras los demás chicos jugaban a tirarse papelitos con las chicas y a hacer el memo con las probetas en las clases de física y química, él soñaba con ser partícula elemental y con la incapacidad de cualquier reacción química a cambiar sus propiedades.
Buscaba la neutralidad en cada momento y la sola idea de poder estar rodeado de una nube de electrones cargados en negativo, provocaba en Federico un estremecimiento posiblemente igual al que tenían los demás adolescentes cuando ligaban con alguna chavala, pero por otra razón bien distinta: buscar como un sabueso el lado positivo para completar su estabilidad emocional. Y siempre lo lograba
No le interesaban los flirteos de la hora del recreo, ni el fútbol, por no decir las fiestas de final de curso cuando todos los ligones del instituto sacudían sus colas de pavo real. Pero era inevitable que estas cosas sucedieran y cuando llegaba el momento, nuestro chico indivisible sentía que su cuerpo se concentraba en un imán para atraer energías en forma de cruces y corriendo se escapaba a su casa para comenzar su ritual neutrónico.
Como es de suponer, los demás chicos se reían de él y ellas le rehuían como el bicho raro que parecía ser. Pero a Federico no le importaba. Él no sufría por perder un partido o porque una chica no le hiciera caso. Se podría decir que le daba exactamente igual. Su preocupación era la continua búsqueda del equilibrio energético y la preocupación de que nada ni nadie le rompiera su núcleo. Era un adolescente freak y fiel a su soledad. 
Así transcurrió el último año de instituto, agravándose en la universidad, aunque en ésta pudo encontrarse con especímenes tan raros (o más) que él, todos en la misma carrera. Imaginaos cuál sería.
Como suele suceder en la vida madura y real (que suele ser la de los adultos con dos dedos de frente), las rarezas se equilibran con la capacidad para relativizar.
Los años, su expediente académico y la perseverancia de mantener sus cargas en armonía electrónica, hicieron de nuestro chico átomo un hombre feliz y un gran trabajador cuántico.
Muchos de los chavales del instituto con la reputación subida y el cerebro podrido de feromonas y ropa de marca, terminaron infelizmente casados con sus miedos y comiéndose su fama de ligones con cuchara de palo.
Convendría prestar más atención a lo que llevamos dentro y escarbar con las uñas. Al final se convierte en un boomerang.

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