Abro el pecho de la estatua de mármol blanco y meto mi cabeza entre las duras costillas astilladas.
La introduzco lentamente para poder observar de cerca ese corazón que un día se quedó pétreo.
No hay olor allí dentro. Si acaso un ligero perfume a sonrisa lejana, la última que dejó escapar antes de convertirse en princesa tallada.
Y así me quedo un rato, apretando con mis brazos su costado legendario
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