domingo, 10 de agosto de 2014

Jengibre

Había pasado mucho tiempo desde que Ana escuchó hablar por primera vez del jengibre. Siempre con esos efectos rondándole la cabeza: aumento de la temperatura corporal, dilatación de los vasos sanguíneos… casi con el mismo halo de los estimulantes naturales. Así que un día la curiosidad le tendió el camino hacia la experimentación y así, en un alarde de buen gusto, eligió en el mercado la raíz más retorcida y áspera  y se la llevó a casa envuelta muy cerca del vientre.
Excitada por el tacto y aspecto estrambóticos comenzó por pelar un brazo del rizoma, descubriendo un aroma cálido y complicados nudos, como alguien que se resistiera a ser desnudado.  Pasó los dedos por la carne aromatizada y se los llevó a la nariz para aspirar fuerte. De golpe un montón de sensaciones y un tropel de saliva se agolpó entre sus dientes. Cortó varios trozos y se hizo una infusión picante con un sabor desconocido. El calor le sobrevino al poco tiempo. Calor en pleno invierno. Calor curativo.

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