Había pasado mucho tiempo desde que Ana escuchó hablar por
primera vez del jengibre. Siempre con esos efectos rondándole la cabeza: aumento
de la temperatura corporal, dilatación de los vasos sanguíneos… casi con el
mismo halo de los estimulantes naturales. Así que un día la curiosidad le
tendió el camino hacia la experimentación y así, en un alarde de buen gusto, eligió
en el mercado la raíz más retorcida y áspera y se la llevó a casa envuelta muy cerca del
vientre.
Excitada por el tacto y aspecto estrambóticos comenzó por
pelar un brazo del rizoma, descubriendo un aroma cálido y complicados nudos,
como alguien que se resistiera a ser desnudado.
Pasó los dedos por la carne aromatizada y se los llevó a la nariz para
aspirar fuerte. De golpe un montón de sensaciones y un tropel de saliva se
agolpó entre sus dientes. Cortó varios trozos y se hizo una infusión picante
con un sabor desconocido. El calor le sobrevino al poco tiempo. Calor en pleno
invierno. Calor curativo.
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