viernes, 29 de abril de 2011

Venus in furs

Me abrigo con las pieles de Wanda.
Acabo de volver a ojearte. Qué buena aquella hora en la que caíste en mis manos.
Deleuze dijo de tí: " tiene una manera muy particular de desexualizar el amor, pero, a la vez, de sexualizar por entero toda la historia de la humanidad".
Eres la crueldad que embelesa, Sacher-Masoch.

Desde arriba

Quiero tener los ojos como los de los caracoles, para poder verme desde arriba y observar el rastro de fluidos sinceros que va dejando mi cascarón.

lunes, 25 de abril de 2011

El trazo certero


Aquel melancólico pintor de exquisito gusto se dejaba llevar balanceando instintivamente su cuerpo, creando formas que transportaban su corazón lejos del estudio minúsculo donde cada día traducía en lienzos su pasión desteñida
Una mañana, sintió una bestia que le salía del pecho y empezó a regar de calor su existencia. Comenzó por sonreir hasta que le dolieron las mejillas y después extendió toda la gama de colores en su paleta. Tras unos segundos en silencio, la ceremonia estaba lista.
Con precisión mezcló colores, arañó la tela con movimientos verticales, se manchaba de azules; se mezclaba con el cuadro y con las manos mojadas y extrañamente ágiles, asestaba pinceladas certeras llenando de colores el espacio hambriento de belleza.
Cuando terminó su danza de éxtasis, se sentó en el suelo con la frente sudorosa y la ropa y la piel  entintadas. Miró su creación y se le escapó una risa, de esas que salen del estómago. 
Acababa de dar forma y color a las caricias que guardaba dentro de una caja de Palitos

sábado, 23 de abril de 2011

Las cosas que no pesan

- Cierro los ojos e imagino que doy vueltas dentro de una espiral de suavidad.
- A veces logro dominar el demonio.
- Mantente lejos, debajo del mar, le ordeno.
- Por alguna razón mi cuerpo flota sobre una columna azul.
- Al final tendrán razón las putas canciones romanticonas: el cariño siempre termina volviendo.
- Una parte de él se queda inevitablemente en el minibosque de tu terraza, agazapado dentro del farolillo japonés de papel rojo.
- La otra parte ya vuela sola
- Siento un latido fuerte y seguro golpeándome en la mejilla.
- Tú a diez centímetros de mis ojos y entre tus pechos, el movimiento acelerado.
- Entorno la mirada; me da el sol en la cara.
- Hace unos días soñé que nadaba.
- ¿Y si te digo que me apetece otra expedición?
- Los libros que no valen, se tiran a la taza del baño o se queman en la hoguera de San Juan.
- Simplemente estoy, simplemente soy.
- Y no se donde terminaré, para qué...

lunes, 4 de abril de 2011

Moira y los pájaros

Moira lucía una larga cabellera roja como el infierno. Tenía la piel blanca y unos grandes e insondables ojos azules. Las cejas altivas protegían sus zafiros del sudor repentino, cuando a media noche se despertaba de una pesadilla en la que un gran pájaro negro le robaba la belleza; pero para ella eran sólo eso: pesadillas irreales.
Orgullosa de sí misma, Moira se paraba delante de cada escaparate y se (ad)miraba con discreción, como si fuera una quinceañera. Esa tarde en la que paseaba su estilazo por las calles de la ciudad, había un gran número de palomas sobrevolando el bulevar que conducía a su bar favorito. Siempre había tenido una paranoia con los pájaros que vuelan bajo como si alguno de ellos se fuera a chocar contra su cabeza. 
Al pasar junto a los ventanales de unos grandes almacenes, se paró y se giró para retocarse el peinado y colocarse bien la blusa. Era una yonqui de su propio coqueteo y las adicciones matan.
Al volver la cabeza para seguir su camino.. zas!! sin previo aviso una paloma que volaba demasiado bajo fue a estrellarse contra su frente, incrustándose hasta la mitad del pecho. 
El pobre pajarraco aleteaba moribundo, ahogándose entre sangre y cerebro.
Moira falleció en el acto con sus grandes ojos azules muy abiertos y el pelo rojo esparcido por el suelo mezclándose con la sangre y los tropezones. Parecía un unicornio desplomado.
De nada le valió mirarse todo el rato si lo que no hacía era mirar por dónde iba. Los ombliguismos conducen a no ver el camino correcto

viernes, 1 de abril de 2011

Vincent

Vincent se despertó con los brazos hechos un gurruño y una de sus piernas en ángulo recto separada completamente de la otra. Además su torso estaba retorcido de una manera extraña, como si alguien hubiera decidido su disposición de manera premeditada.
A medida que se iba desperezando y tomando consciencia de su situación, se percató de que su pequeño cuerpecito estaba rodeado por un nudo de cuerdas, haciéndole parecer un redondo de ternera o un pollo bien cosido para no dejar escapar el relleno.
Se asustó mucho y comenzó a agitar violentamente las extremidades, intentando zafarse de la maraña, gritando y jadeando asustado como un demente. Era inútil; al cabo de un minuto de esfuerzo desmesurado se dio cuenta de que no podía deshacerse de los abrazos cordados y que por más que lo intentara lo único que conseguía era liarse aún más, así que desistió y cayó agotado y acongojado. Incluso alguno de los tirones le provocó un dolor agudo, como si se arrancase parte de la carne con cada intento. Además nadie le oía. Estaba solo en la habitación y eso le provocaba aún más ansiedad. No entendía nada, no recordaba cómo ni quién le había hecho llegar hasta allí, incluso intentó hacer memoria desesperada de quién le podría odiar tanto como para hacerle eso, pero no consiguió obtener una respuesta.
Con la frente llena de sudor, los ojos bien abiertos e intentando concentrar su atención en las cuerdas, cogió una de ellas y comenzó a seguirla para saber donde terminaba, donde podría estar el nudo para así deshacerlo de manera lógica. Deslizaba muy deprisa sus manos a lo largo de la cuerda apartando las otras que se interponían; el pulso le temblaba y más de una vez tuvo que volver a empezar porque se confundía y cogía otra que no era. Así al tercer intento, logró llegar hasta el final de una de ellas. La cuerda no terminaba, sino que se introducía en su muñeca y se perdía dentro del antebrazo. Durante tres segundos se quedó mudo, se le borró toda expresión; simplemente no se lo podía creer. Trató de tirar suavemente, pero la cuerda estaba muy metida y se hizo daño. Imaginaos el miedo del pobre niño!
Repitió la misma operación con las otras y el resultado fue exactamente el mismo: Las cuerdas se metían por las muñecas y el empeine de los pies. Pero no había sangre, ni cicatrices ni grietas. Simplemente entraban en su piel y ya está.
Totalmente confundido, Vincent ordena cada uno de los gruesos hilos de cada una de sus extremidades y se pone en pie con mucho cuidado, como si esta acción pudiera provocar algún tipo de rechazo en su cuerpo. Le tiemblan las piernitas y no deja de imaginarse el aspecto que tendría visto desde fuera. “Soy como una marioneta”, pensó. Inmediatamente después de erguirse, las cuerdas se tensan, como si alguien tirase de ellas desde arriba y el niño queda totalmente distorsionado, con un brazo levantado, el otro en horizontal, una pierna adelantada con respecto de la otra y el torso ligeramente inclinado hacia delante. Exactamente igual que la marioneta que ha imaginado.
Se pregunta de quién será la mano gigante que le ha puesto en esa situación; ¿será por las alas de aquella mosca que guardé en el cajón o por la dentadura postiza de mi abuelo? ¿No sabía mejor aquella gominola?  se dijo. Bueno, a lo mejor es que todavía sigo siendo de madera y la nariz puede crecerme aún más! puede que sea mejor que… ¡mamá!... ¿otra vez el colegio?... ¡María me ha vuelto a quitar mis gijoes!...¡y encima no puedo decir mierda!...
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Mi consejo, Vincent: deja de pensar tanto y juega, que lo que viene después es peor…

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