jueves, 15 de mayo de 2014

El ùtero errante

En el tratado hipocràtico sobre las vìrgenes, leemos que la menarquia (primera menstruaciòn) produce alucinaciones porque la boca del ùtero no està lo suficientemente dilatada para los coitos y no deja salir la sangre, con lo que èsta se sube al corazòn y los pulmones produciedno fiebres e impulsos suicidas. Algunas, llevadas por esta locura se tiran a los pozos y se ahogan. La prescripciòn de los mèdicos ante tales sìntomas es casar de inmediato a la jòven porque si queda encinta resultarà curada.
En clave de cuento afirma un personaje del Timeo de Platón que el útero es como un animalito impaciente por engendrar; si no se lo complace, se pone nervioso y recorre todo el cuerpo, impidiendo la circulación del aire por él y produciendo así graves trastornos. Pero lo del útero errante se encuentra bien desarrollado en los tratados de medicina; cuando se seca por falta de semen, se contrae y se desplaza, ocasionando distintas patologías en función de donde se detenga.
Afirmaba un médico hipocrático que la mujer experimenta un placer sin interrupción desde los preliminares hasta el momento de la eyaculación, en que el efecto refrigerante del semen pone punto final a su histeria.

Creo que voy a vomitar...

Obsesiòn, compulsiòn, repeticiòn

Al terminar su jornada laboral, Sergio se deplazaba a su casa en coche pero justo antes de aparcar, le asaltaba una terrible preocupación y con la angustia incrustada en el lóbulo derecho retrocedía el camino recorrido en busca de los cadáveres de gente a quien pudiera haber atropellado sin querer. Ya en casa y despues de cerciorarse de que esa noche no era un asesino, se preparaba la cena y tras cerrar la llave del gas y sentarse a cenar, nunca estaba seguro de haberla cerrado, así que dejaba la cena a medias para comprobar varias veces que efectivamente la llave estaba en su posición correcta. Una vez convencido de la ausencia de riesgo, Sergio se ponía a fregar y repetía la misma operación con el grifo y los platos, comprobando al menos tres veces que el agua estaba cerrada y los platos guardados en su lugar habitual. Cansado de tan poca fiabilidad en sí mismo se metia en la cama pero esta vez la duda de no haber cerrado bien la puerta le obligaba a levantarse repetidas veces a comprobar que la llave estaba puesta. La miraba, se alejaba, volvía a mirarla; cerraba fuertemente los ojos pensando que al abrirlos no la vería allí y así sus sospechas se verían fundadas, pero no, la llave seguía en el mismo sitio, trancando la puerta.
Nunca terminaba de creerse que lo que estaba haciendo era realmente lo que estaba haciendo. Su vida se basaba en volver a comprobar lo que ya había comprobado anteriormente. Se sentía como un perro obsesionado con su cola sin poder llegar a mordérsela nunca

miércoles, 14 de mayo de 2014

Madame Tussauds

Cada martes antes de que los guardias abrieran las puertas del Museo Madame Tussauds, el niño de cera movía veloz su semblante mortecino por los pasillos que comunicaban los grandes salones. Mas que trotar se deslizaba porque sus pies no se adherían al suelo, que también estaba encerado. Todas las noches dormía acurrucado en el regazo de Juana de Arco que le protegía de las sombras y en las mañanas se despertaba muy temprano para ocupar su puesto en la sección de jóvenes promesas muertas. Los martes era su día favorito; era el día en que ella visitaba el museo con sus padres. Tan pronto como se acomodó en su pedestal, comenzaron a entrar los visitantes y entre la multitud reconoció el rostro de su amada humana. Èl sabía que iría a verlo y siempre se ponía nervioso. La vio llegar de lejos, directa hacia su pequeña figura amarilla. Y ahí estaba ella ante sus ojos opacos, la mujercita más bonita que había visto en su corta vida mortal y su larga existencia de éster. Ella se colocó muy seria en frente de él y como ya hiciera en otro momento se acercó mucho a su cara mostrando una mezcla de curiosidad y atracción insolente y pura. Parecía como si nunca se cansase de observarlo con sus grandes ojos marrones. Pero esta vez la niña fue más allá y con sus deditos rozó levemente la nariz y los labios fríos y lisos de la estatua sin saber que ésta por dentro bullía latente. Se acercó a su orejita y le susurró: - "Hoy es mi cumpleaños, ahora tengo tu misma edad".
El niño de cera mostraba una actitud completamente inmóvil propia de su especie, pero atrapaba el aliento  fresco, se estremecía con el contacto de aquellos dedos calientes y el sonido de la voz bajita le producía calambres en la nuca. Diminutas gotitas viscosas caían de sus sienes, impertectibles al ojo humano. Luchaba por mantenerse entero y al final siempre terminaba arrepintiéndose un poco de ponerse tan nervioso. Fingir una actitud muda siempre se le había dado bien pero aquello era otra cosa. Aguantaba estoicamente hasta que los padres de la niña iban a recogerla para visitar otras figuras y la contemplaba alejarse volviendo su cara de vez en cuando hacia él como intentando desvelar su secreto. Y pasaba la tarde soportando las miradas de otras personas que no eran ella. Y cuando llegaba la noche y cerraban el museo, aquella pequeña figura deseaba convertirse en vela para iluminarle a su chica orgánica la tarta de cumpleaños y estar justo sobre el trozo que ella se llevaría a la boca.

martes, 13 de mayo de 2014

La nota de suicidio (Homenaje a Serge Gainsbourg)


Cuando el hombre del sombrero gris entró en la habitación, el cuerpo de su joven amante aun se balanceaba levemente. Aquel chico vertical era una suerte de péndulo rígido colgado sobre una nota arrugada tirada en la alfombra. El hombre del sombrero gris, quien había querido a ese muchacho atormentado durante un tiempo, tomó el trozo de papel, lo aliso y comenzó a leerlo con cara de invierno, de lluvia. Lamentaba profundamente esa decisión; pero a medida que la leía su rostro se transformaba en tormenta tropical, su ceño se fruncía y sus dientes se apretaban. Ese muerto delicioso se transformó de repente en un fiambre despreciable. El hombre volvió a arrugar la nota y la tiro de nuevo al suelo con desdén. Miró fijamente aquellos ojos en blanco y espetò: 

- No me puedo creer que hayas sido tan desgraciado de cometer faltas de ortografía en la nota de tu suicidio. ¡Què falta de respeto!

Dio media vuelta  y salió de la habitación profundamente molesto.

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