Cuando el hombre del sombrero gris entró en la habitación,
el cuerpo de su joven amante aun se balanceaba levemente. Aquel chico vertical
era una suerte de péndulo rígido colgado sobre una nota arrugada tirada en la alfombra. El
hombre del sombrero gris, quien había querido a ese muchacho atormentado durante un tiempo, tomó
el trozo de papel, lo aliso y comenzó a leerlo con cara de invierno, de lluvia.
Lamentaba profundamente esa decisión; pero a medida que la leía su rostro se
transformaba en tormenta tropical, su ceño se fruncía y sus dientes se apretaban. Ese muerto delicioso se
transformó de repente en un fiambre despreciable. El hombre volvió a arrugar la
nota y la tiro de nuevo al suelo con desdén. Miró fijamente aquellos ojos en blanco y
espetò:
- No me puedo creer que hayas sido tan desgraciado de
cometer faltas de ortografía en la nota de tu suicidio. ¡Què falta de respeto!
Dio media vuelta y salió de la habitación profundamente molesto.
Dio media vuelta y salió de la habitación profundamente molesto.
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