miércoles, 14 de mayo de 2014

Madame Tussauds

Cada martes antes de que los guardias abrieran las puertas del Museo Madame Tussauds, el niño de cera movía veloz su semblante mortecino por los pasillos que comunicaban los grandes salones. Mas que trotar se deslizaba porque sus pies no se adherían al suelo, que también estaba encerado. Todas las noches dormía acurrucado en el regazo de Juana de Arco que le protegía de las sombras y en las mañanas se despertaba muy temprano para ocupar su puesto en la sección de jóvenes promesas muertas. Los martes era su día favorito; era el día en que ella visitaba el museo con sus padres. Tan pronto como se acomodó en su pedestal, comenzaron a entrar los visitantes y entre la multitud reconoció el rostro de su amada humana. Èl sabía que iría a verlo y siempre se ponía nervioso. La vio llegar de lejos, directa hacia su pequeña figura amarilla. Y ahí estaba ella ante sus ojos opacos, la mujercita más bonita que había visto en su corta vida mortal y su larga existencia de éster. Ella se colocó muy seria en frente de él y como ya hiciera en otro momento se acercó mucho a su cara mostrando una mezcla de curiosidad y atracción insolente y pura. Parecía como si nunca se cansase de observarlo con sus grandes ojos marrones. Pero esta vez la niña fue más allá y con sus deditos rozó levemente la nariz y los labios fríos y lisos de la estatua sin saber que ésta por dentro bullía latente. Se acercó a su orejita y le susurró: - "Hoy es mi cumpleaños, ahora tengo tu misma edad".
El niño de cera mostraba una actitud completamente inmóvil propia de su especie, pero atrapaba el aliento  fresco, se estremecía con el contacto de aquellos dedos calientes y el sonido de la voz bajita le producía calambres en la nuca. Diminutas gotitas viscosas caían de sus sienes, impertectibles al ojo humano. Luchaba por mantenerse entero y al final siempre terminaba arrepintiéndose un poco de ponerse tan nervioso. Fingir una actitud muda siempre se le había dado bien pero aquello era otra cosa. Aguantaba estoicamente hasta que los padres de la niña iban a recogerla para visitar otras figuras y la contemplaba alejarse volviendo su cara de vez en cuando hacia él como intentando desvelar su secreto. Y pasaba la tarde soportando las miradas de otras personas que no eran ella. Y cuando llegaba la noche y cerraban el museo, aquella pequeña figura deseaba convertirse en vela para iluminarle a su chica orgánica la tarta de cumpleaños y estar justo sobre el trozo que ella se llevaría a la boca.

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