lunes, 19 de julio de 2010

La mujer mosca

Esta mañana al despertarme, he ido como de costumbre tambaleándome entre la oscuridad hacia el cuarto de baño para lavarme y borrar la cara de cartón que se me queda cuando la noche ha sido relativamente tranquila.
Pero antes de encender la luz y poder mirarme en el espejo he sentido unos picores en los hombros y la espalda que han seguido a otros en el cuello y los muslos, diferentes a los picores de otras veces.
Al encender la luz y observarme, he podido comprobar que de las partes de mi cuerpo atormentadas por las uñas salían pequeños y negros pelos, como cañones de juguete. No paro de rascarme, mientras mis ojos tienen un ligero color ámbar que me gusta y me asusta, porque desde luego nunca han sido así.
Algo extraño está sucediendo; parpadeo a gran velocidad, pero mi cambio es tan leve que no se si lo que siento y veo se debe a la modorra o realmente está sucediendo algo que no puedo explicar.
Me aparto de un salto, me lavo la cara para despejarme la cabeza y comprobar si todo esto es producto de un mal despertar. Pero al contacto con mis manos, mi cara se ha convertido en un mapa de arañazo, como si algo hubiese abierto surcos diminutos en la piel. Aterrada observo que en las palmas tengo pequeños trocitos de carne terminados en minúsculos garfios ovalados, duros y ásperos.
Mi sorpresa ha llegando al máximo y aún así intento calmarme para lograr comprender lo que me está ocurriendo.
-No puede ser, esto es una alucinación - me digo con voz baja y temblorosa mirando detenidamente mi piel que ha comenzado a adquirir una tonalidad ligeramente verde, surcada por líneas rojizas -El libro de Kafka que leí hace unas semanas me está haciendo perder la cabeza. Esto no es real. ¿Cómo demonios voy a convertirme en insecto si eso es tan improbable como la existencia de los zombies?
Al contrario de lo que pensaba, lo cierto es que en realidad me estoy transformando en una drosophila melanogaster y de nuevo estaba equivocada al sentir que el cambio era leve porque la metamorfosis que estoy sufriendo se acelera a cada minuto. Mis ojos están pasando a ser una colmena de microhexágonos, resultándome fascinante a la par que inverosímil observar cómo la pupila y el iris han dejado de ser círculos para pasar a crear formas rectilíneas geométricamente perfectas; Ahora tengo ojos compuestos a través de los cuales puedo llegar a percibir las zonas calientes de la casa en un tono insoportablemente rojo, así como los objetos de mi mesita de noche que cada vez quedan más y más lejanos. La piel del cuerpo se me desprende lentamente, dejando trocitos de mi preexistencia humana esparcidos por el pasillo, dando paso a una nueva epidermis dura y brillante que asoma tímidamente. Mi cabeza se mueve con rapidez a uno y otro lado. Las cosas que logro agarrar, como el cepillo de dientes para lavar los pocos que me quedan en la boca, se me caen ya que sin darme cuenta hasta ese momento, me he ido quedando sin dedos y en lugar de falanges me han ido saliendo garritas con ventosas con las que, supongo, podría caminar por las paredes como Spiderman o Jeff Goldblum en el remake de La Mosca.
La paulatina y considerable reducción de mi tamaño se hace patente en el hecho de que los muebles que antes me llegaban por la cadera, ahora se me antojan montañas. Ya no puedo caminar sin dejar de emitir un curioso zumbido producido por las magnificas alas que han aparecido en mi espalda. Se trata de membranas traslúcidas llenas de nervios con las que puedo desplazarme velozmente de un sitio a otro sin tocar el suelo, movidas a mi propia voluntad; además ahora no siento hambre de plato cocinado, sino apetito de miel y azúcar.
Mi veloz metamorfosis apenas me ha dejado tiempo para sentir pánico; más bien es curiosidad lo que me invade. Dejar de pertenecer a la especia humana y pasar a mejor vida siendo un insecto volador puede resultar mucho más interesante que ir todos los días al trabajo y aguantar la porquería de las noticias y los programas sensacionalistas de la televisión. Aunque también pienso con tristeza en las noches de sexo y rock and roll o las cenas y sesiones de cine con los amigos de mis días humanos. Y sobre todo a mi familia. ¿Qué dirán todos ellos cuando no me encuentren por ninguna parte? ¿Podrá ser cierto que en algún momento tenga que pensar que intentarán asesinarme con la suela de una zapatilla cuando vuele a su lado?
Lo cierto es que estas cosas han dejado de preocuparme y en lo que ahora se centra mi atención es en la cantidad de pequeños nuevos seres que podré conocer y que antes representaban una amenaza para mí. Podré ver a mi misma escala a las temidas avispas sin importarme demasiado la amenaza de su pernicioso aguijón, o a las polillas tan odiadas por los propietarios de las prendas de vestir a las cuales acuden para saciar su voraz apetito, riéndome al recordar aquellos pequeños agujeros de mis camisetas.
Ahora los arcenes de mi vida son tan extraordinariamente anchos que podría pasarme el día planeando con mis alas sin salirme de la calzada, dando vueltas y vueltas en la misma habitación, mirando con cierta curiosidad el libro apoyado sobre la mesita con el marca páginas separando lo leído de lo desconocido y que tanto me gustaba leer por las noches o recordando de repente la cita que hoy tenía contigo y a la que por supuesto no asistiré, al menos con el cuerpo con el que estabas acostumbrado a verme.

Así se me pasan las horas, hasta que por fin decido dejar de volar en rededor y aprovechando que la ventana de mi cuarto está abierta, me largo del cutre piso de alquiler en el que malvivo para emprender una nueva vida plagada de misterios, sin olvidar que ahora mis nuevos enemigos tienen forma de spray o una larga y pegajosa lengua.

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