El otro día me miré por dentro y me dí cuenta de que me parezco a un spútnik arácnido. No puedo parar de crear mi propio mundo a velocidades de vértigo con hilo de mi risa y mi llanto. Y de repente veo que las piezas se acarician y bailan hasta ir a descansar a sus respectivos huecos y a las descarriadas las recojo con mis ocho patas y las junto con cariño para que no se me vuelvan a ir. Aunque se que volverán a desparramarse..
Cosas de las arañas...
—Kerouak, Kerouak… ¡Ah! Ése debe de ser un sputnik,
ResponderEliminar¿verdad?
Sumire no logró entender a qué venía aquello. Con el
cuchillo y el tenedor suspendidos en el aire, reflexionó unos
instantes.
—¿Sputnik? ¡Pero si el Sputnik es un satélite artificial soviético,
el primero que fue lanzado al espacio, en la década
de los cincuenta! Y Jack Kerouak es un escritor americano.
Claro que la época sí coincide, pero…
—¡Ah, ya! ¡Por eso deben de llamar así a esos escritores
de entonces! —dijo Myû, mientras dibujaba con la punta
del dedo círculos en la mesa como si rebuscara algo en el
fondo de un jarrón de forma peculiar lleno de recuerdos.
—¿Sputnik…?
—Sí, mujer. Es el nombre de una corriente literaria. Hay
muchas de esas, cómo diríamos…, escuelas, ¿no? Como la
Shirakaba-ha.*
Sumire, entonces, cayó finalmente en la cuenta.
—¡Beatnik!
Myû se enjugó las comisuras de los labios con la servilleta.
—¡Beatnik! ¡Sputnik!… Siempre olvido esos términos.
Que si la Restauración Kenmu,** que si el Tratado de Rapparo…***
De todas formas, hace ya mucho de eso, ¿no?
Durante unos instantes, reinó un ligero silencio, como
una alusión al paso del tiempo.
("Sputnik, mi amor". Haruki Murakami)