miércoles, 25 de mayo de 2011

El burdel filosófico

Estaba L. Kischner en una casa de citas. Corría el año 1911.
En esos largos pasillos que olían a humo de pipa y sexo barato, Ludwig modeló mentalmente los bocetos de su mujer semidesnuda con sombrero, a raiz de un encuentro fugaz e intenso con una damisela de frente altiva.
Jóven bohemio atormentado, pagaba sus deudas con cuadros malvendidos. Ponía toda su angustia y reveldía en el asador del lienzo, con colores ocres y rojos de un violento anguloso y acusador. 
Deseaba sacarse las entrañas con las aristas de los hombros de sus retratados, abrirse los brazos con los pezones duros al óleo de las prostitutas que dormían a su lado entre vapores de alcohol y aliento ciego, siempre en aquellas habitaciones de pago.
"¿Dónde estará mi muchacha a medio vestir?" se preguntaba con el pincel goteando rojo ahorta. "Quisiera ahogar mi angustia entre sus pechos cálidos y libertinos, sin importarme lo que me cueste. Pero es escurridiza, así que la seguiré invocando con las paletas y el disolvente"
"Es complicado", volvió a pensar. "Cuando luchas contra algo, sólo puedes superponer pinceladas de los colores en los que crees. Y el resto del apoyo, lo ponen tus camaradas más cercanos"



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