A Caperucita no le gustan los lobos que no aúllan. Son los peores, los que más devoran.
No puede atajar por el bosque, porque en su ciudad gris no hay espacios verdes, así que cada mañana tiene que ver la cara de cientos de personas sin alma.
No es a su abuela a la que va a visitar, sino a un grupo de niños con problemas de conducta.
En su cestita no lleva fruta, ni pan ni leche. Porta un pequeño bloc de notas donde va anotando la desolación de la soledad de los niños incomprendidos y la esperanza del NO.
Se ha cansado de la comprensión con los mayores, de las conductas impositivas y del éxito social.
El color rojo lo usa unicamente cuando esta en casa. Al salir a la calle se viste de negro, se tapa la vista, y oculta una sonrisa.
El color rojo lo usa unicamente cuando esta en casa. Al salir a la calle se viste de negro, se tapa la vista, y oculta una sonrisa.
No le gustan los semáforos y las grandes avenidas le parecen pistas de cobijo para zombis.
Anhela saltar en charcos de barro, mancharse las manos con ceras de colores.
Ya no la engañan las alimañas disfrazadas de corderos.
Lo siento, Caperucita ha crecido
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