Mis manos no tiemblan, salvo en las horas más oscuras.
Mi boca sostiene la palabra, pero en la intimidad más abrupta, balbucea.
Mi existencia demediada por la lucha se suelda con la pasta de la Victoria, el triunfo frente al miedo de perderme.
Me bebo y me sudo.
Me congelo y me evaporo.
Me violo y me protejo.
Finalmente, me derramo entre mis fracturas y resurjo con la piel manchada de parto.
Placenta en fuente de plata, para paladares sin asco.
Ese final me pone los pelos de punta...
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