viernes, 27 de mayo de 2011

Honrarás a tu padre y a tu madre

Cadáver exquisito. Por Manifiesto Orgánico y LaVargasSublima.

Observar una misa desde el último banco de la iglesia que se te antoje puede ser un incordio o una tarea excitante. A mí, personalmente, cuando miro esas cabecitas creyentes y cabizbajas con el alma en el prepucio, me invaden unas ganas locas de curtir sus nucas a collejas.
No hace mucho estuve en una misa. Podría haber elegido no entrar pero preferí ahorrarle el disgusto de mi ausencia a alguno de los presentes.
Me senté bien atrás, dónde el ángulo de cabezas con tronco arrepentidas por sus crímenes era más amplio. Dónde los ojos de Dios apenas podían localizarme.
Aunque equivocada, puesto que Dios lo ve todo y a través de todos, decidí dedicarme por entero a la contemplación cinematográfica del embelese de los allí presentes, con una mezcla entre entusiasmo y espanto ante la devoción casi marciana de las almas descarriadas con el instinto incrustado en el culo.
Para mí, asistir a una misa es algo así como meterme en un cine de barrio, con la salvedad de que en suelo sagrado se me dispara el instinto depredador ante tanta prudencia contenida. Todas las ovejas bien enseñadas esperan impacientes…
De repente, la presencia luminosa y esclarecedora del Señor Cura hace su entrada en el altar, colocándose detrás de la mesa de mármol, con cara de bostezo. Con sus dos esbirros a los lados, alza los bracitos, como si del orante de las catacumbas romanas se tratara.
En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Himen.
"Queridos hermanos- dice con una parsimonia abrumadora - Jesús está con nosotros. Jesús vivo está aquí ahora, está en tu hogar, en tu corazón, en los lugares donde hay hambre y abundancia, donde hay guerra y paz".
Qué manera de empezar, por Dios. Nos planta el concepto de la omnipresencia en 2 frases y se queda tan ancho, el muy cristiano.
Decido abstraerme un rato de la palabra de Dios. No sé si mi alma mortal será capaz de atender a toda esa gloriosa retaíla.
El alma se me llena de gracia cuando veo entrar a una monjita que me mira de soslayo mientras avanza hacia las primeras filas. Puedo escuchar un sutil murmullo que sale de su boca de hermanita de la caridad, rezando por mi alma lesbiana y pidiéndole al Señorísimo que mis dildos ardan en el infierno. O que aparezcan bajo su almohada por un milagro de Dios . Que no cese nunca su oración, hermana.
Mientras mis pensamientos vagan alentando a mis actos impuros y niegan la posibilidad de que la comunidad de hermanas se acerque demasiado a mi asiento pecador, la avasalladora voz del cura me saca con violencia de mis divagaciones, como si hablase el mismísimo Iahvé a través de un sintetizador con reverberación.
“Derrama, Señor, la bendición de tu Espíritu, sobre estos dones que te presentamos para que tu Iglesia quede inundada de tu amor y sea ante todo el mundo signo visible de la salvación. Por Jesucristo, con Él y en Él”
Al oír estas palabras, se me escapa una sonrisa al imaginar a Jesucristo derramando el gérmen de una masturbación sobre la cabeza de los fieles. A Nuestro Superior se la pone dura tantos deseos amordazados en oraciones puras y autómatas. Pero ninguno de mis juguetes arderá en el infierno.

Lo sé. Acabo de ganarme el cielo.

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