Dos chicas suben a un tren de corto recorrido a la última hora de una tarde de verano. Son completas desconocidas pero han tenido su primer contacto visual en la estación, ajenas al resto de pasajeros que impasibles esperan en el andén. Se han gustado, lo han notado; esas cosas se notan y el saberlo hace que les guste aún más. Por esa razón han entrado en el mismo vagón.
La única persona que lo ocupa es una mujer madura de media melena negra vestida con un elegante traje de falda y blusa. Está sentada con las piernas cruzadas dejando entrever unas formas bien proporcionadas mientras lee un periódico de negocios.
Durante los primeros momentos del trayecto ninguna de las tres entabla relación visual, pero las dos nuevas pasajeras, dos jóvenes estudiantes de universidad cuyos cuerpos duros se dibujan bajo una ropa ligera, han ido a sentase frente a frente imantadas la una por la otra, evitando las miradas o lanzándolas furtivamente, como si se espiaran en secreto.
El aire en ese vagón es distinto al del resto; es denso y agitado, no apto para no jugadores; sólo ellas saben la contraseña de entrada.
Al cabo de un rato el espacio entre las chicas se convierte en un tablero de ajedrez. Las diferentes estrategias van comiéndose las piezas más pequeñas con movimientos lentos, pero como el tiempo no se puede detener pasan a jugadas más arriesgadas; escoltada por la provocación, una de ellas acecha y seduce jugueteando con los mechones de su melena oscura, rozando con sus dedos la camiseta de tirantes que dibuja unos pechos turgentes sin dejar de mirar a su cómplice; ésta, una joven rubia de piel blanca y labios rosados, se muestra sonriente, cubriéndose suavemente el cuello con la mano y entreabriendo la boca en actitud desafiante, respondiéndola y buscando con los ojos la mirada de la mujer que está sentada a su misma altura del otro lado del pasillo.
Poco a poco las dos reinas se van encontrando; No existe la voz, sólo el diálogo de los gestos y las miradas furtivas a la empresaria que dándose cuenta del inicio de la partida ha querido unirse en secreto a través de sus ojos tintados de excitación.
Premeditadamente, la chica morena ha movido su ficha y sentándose junto a su compañera de juego comienza a acariciarle con excitación evidente, mientras su oponente responde al jaque con movimientos precisos que van descubriendo las curvas bajo la ropa. Por fin se quiebra la poca distancia que separa sus bocas que se lamen y se muerden con la suavidad del vértigo y sus cuerpos que se van regando de un deseo consumado por la expectación de quien está dentro del combate.
La mujer de negocios ha dejado de leer el periódico y turbada por la situación se ha dejado llevar poco a poco por su instinto. Sus ojos brillan por la emoción, mordiéndose suavemente el labio inferior y revolviéndose como un animal en el asiento.
Entrelazadas en una espiral de cuerpos semidesnudos, las dos chicas se levantan e instintivamente se empotran contra la ventana que está al lado de la vouyeaur cuya mano ha ido deslizándose entre sus muslos calientes sin importarle que su excitación sea detectada. Las mira desde el asiento; observa cómo el pezón duro de una de ellas desaparece dentro de la boca de la otra y cómo una mano desabrocha el pantalón para provocar el delirio, oyendo los gemidos atenuados por el ruido de los raíles. No aguantando más se levanta sobre sus zapatos de tacón y se apoya junto a las chicas.
Incitada por el acercamiento de éstas, las comienza a acariciar con manos expertas de mujer segura. Ellas se dejan, se besan mirándola e invitándola a saborearse porque sienten tanta curiosidad entre ellas y hacia la mujer como ésta hacia las chicas. Sin mediar palabra se sube lentamente la falda dejando ver unas fantásticas y largas piernas cubiertas con medias negras que provoca la sorpresa de las jóvenes. Comienza a frotar su sexo suavemente contra el reposa brazos, mirándolas con una media sonrisa. Las chicas se acercan con el torso húmedo de sudor rodeando a su presa por delante y por detrás entrechocando sus cuerpos con insolencia. Ninguna habla, pero sus rostros lo dicen todo. Sólo abren la boca para robar los besos que flotan y morder la carne encendida, mientras que la víctima se convierte en verdugo, castigando a las Lolitas con caricias osadas y susurros indecentes.
De repente el tren se para en una estación en la que se apean diversas personas; al ir haciéndose de noche apenas suben dos o tres pasajeros que van directamente a ocupar sus respectivos asientos en otros vagones. Por un momento las mujeres se separan ligeramente, poniendo su atención en la puerta de la entrada conteniendo la respiración con el cuerpo agitado, pero al comprobar que no se abre y el tren prosigue su marcha, retoman su baile resbaladizo.
Nadie ha entrado en ese vagón, nadie oye los gemidos entrecortados y por supuesto nadie sabe lo que está ocurriendo, pero mientras el resto de las personas del tren miran la película proyectada, duermen u ojean una revista, las tres mujeres del vagón han perdido la noción del tiempo y del espacio y adentrándose hasta lo más hondo del deseo van devorándose, embriagadas por el tormento de querer más, con los dedos y los labios bañados de sal que van recogiendo orgasmos firmes y lentos.
Finalmente se desatan como serpientes enfurecidas, desenrollando la densidad que las cubre y entre besos y jadeos se van calmando, secándose el sudor de la frente y riéndose de la complicidad tan deliciosa que han tenido, mientras recogen sus ropas y se visten apresuradamente porque el tren está a punto de entrar en la estación.
La empresaria se abrocha la blusa y se ajusta el liguero desenganchado, peinando sus cabellos revueltos y respirando profundamente para calmar su nerviosismo, a la vez que las chicas se colocan sus respectivas camisas, notando el olor de sus alientos impresos en la piel con los cuerpos aún vibrantes. Y con toda la calma de la que pueden hacer acopio salen del vagón con evidentes signos de agitación y los rostros brillantes de satisfacción.
Las puertas de los vagones se han abierto y mientras todos los pasajeros van saliendo entre risas y conversaciones, la mujer se despide de las chicas con un suave e irónico "adiós". Ellas se separan en la puerta de salida sin decir nada, mirando cómo la figura de su amante fugaz se va distanciando...
Los trenes siempre llegan a su destino, pero a veces lo que han llevado dentro se mantiene en secreto. La fantasía del juego entre desconocidas, el complemento perfecto para una tarde de viaje.