Ella caminaba atravesando la silueta de las personas que se encontraba a su paso, revotando su ardor consumido en la mirada secreta de los flirteos. Nada conseguía atravesar su burbuja y si alguna sensación mágica osaba hacerse un hueco, era devorada y transformada en glucosa para poder seguir viviendo impasible.
Impunemente, se comunicaba a través de la barrera del temor transformada en inexpugnabilidad.
Acariciaba, besaba y hacía el amor con una coraza que sólo ella veía, pero que el resto padecía y cuando lloraba, sacaba la cabeza y las manos para poder salir de la realidad que le hacía estar triste y así poder secarse las lágrimas en el aire de la vida que tanto admiraba.
Acariciaba, besaba y hacía el amor con una coraza que sólo ella veía, pero que el resto padecía y cuando lloraba, sacaba la cabeza y las manos para poder salir de la realidad que le hacía estar triste y así poder secarse las lágrimas en el aire de la vida que tanto admiraba.
Convertida en la tejedora de sus temores, elaboraba tapices de sensibilidad entretejida con jirones de sexualidad correspondida e implicación agarrotada. Como la Penélope de la Odisea, trabajaba en sus delirios por la mañana para deshacerlos por la noche.
Siempre que intentaba saltarse las reglas de sus propias retenciones sentimentales el miedo apretaba un poco más su corazón agotado de tanto desear una nueva vida.
Siempre que intentaba saltarse las reglas de sus propias retenciones sentimentales el miedo apretaba un poco más su corazón agotado de tanto desear una nueva vida.
Cuando creía sentir el atisbo de un enamoramiento e intentaba dejarse llevar, su cuerpo se convertía en un río de placer al tiempo que su alma se encerraba bajo llave y todo volvía a ser igual;
Se había convertido en una auténtica coleccionista de piedras preciosas sin brillo que solo luciría en los pasillos de su mansión desolada.